Tuesday, January 8, 2013


UN LOCO LLAMADO NERON

Lucio Domitio Claudio Nerón) Emperador romano, último de la dinastía Julio-Claudia (Anzio, Lacio, 37 - Roma, 68). Era hijo del primer matrimonio de la segunda mujer de Claudio, Agripina la Joven y, por tanto, tataranieto de Augusto.  
Agripina convenció a Claudio para que adoptara a Nerón en el 51, señalándole como heredero de la diadema imperial (en lugar del que se suponía su propio hijo, Británico, nacido del matrimonio con Mesalina); para fortalecer su posición casó a Nerón con otra hija de Claudio, Octavia, en el 53; y, finalmente, asesinó al emperador en el 54, dejando el camino libre para su hijo. Éste fue proclamado emperador con sólo 17 años por la guardia pretoriana, dirigida por el prefecto Burro. 

El reinado de Nerón (54-68) se inició bajo la influencia de Burro y del  filósofo Séneca (preceptor de Nerón)  a través de los cuales era Agripina la verdadera dueña del poder. Pero cuando Agripina sospechó que Nerón pretendía sacudirse la tutela materna, empezó a conspirar con Británico para  derribarle, y el emperador respondió haciendo asesinar primero a Británico (55) y después  a Agripina (59).                                                         
Tras cinco primeros años de reinado bastante tranquilos, recordados más tarde como uno de los mejores periodos de la historia romana (en los cuales se estableció el protectorado romano sobre Armenia), el emperador empezó a convertirse en un tirano sin escrúpulos, interesado tan sólo por gozar de los placeres de la vida y de la belleza, bajo la influencia de su caprichosa amante Popea (que le obligó a divorciarse de Octavia y  asesinarla en el 62, para casarse con ella). También hizo asesinar a Burro (62) y le sustituyó por su favorito Tigelino.

 Nerón que subió al trono por las intrigas de su madre Agripina le pusie­ron al frente de los destinos del mundo. Desde un principio reve­ló un carácter extravagante que ha permitido que se dijera de él, que era un personaje carnavalesco, una mezcla de loco y de bufón, revestido de la omnipotencia terrenal y encargado de gobernar al mundo. Para él la virtud era una hipocresía, y en el mundo no había otra cosa de valor sino el teatro, la música y las artes. Era un desgraciado embriagado de su propia vanagloria, consagrado a buscar los aplausos de una multitud de aduladores. Formó la compañía llamada de los "caballeros de Augusto'' cuya misión era la de seguir al loco emperador a todos sus actos de exhibición, y aplaudir cualquier travesura que imaginase. Roma vio a su emperador ocupado en la tarea de con­ducir carros en el circo; cantar y declamar en las tribunas, y disputarse los premios musicales. Salía a pescar con redes de oro y cuerdas de púrpura, y para ganar mayor popularidad hacía viajes por las provincias con el único fin de exhibir en los teatros sus dotes de artista y declamador.
A estos actos de locura hay que añadir otros de extremada crueldad, tales como el asesinato de su propia madre Agripina y el de su esposa Octavia, y la muerte de la bella Popea, a la que mató de un puntapié en el vientre.

El pueblo, por su parte, seguía entusiasmado las locuras de Nerón. Ya no se contentaba con oír a los artistas declamar sobre cosas obscenas; quería verlas representadas en cuadros vivos, y las multitudes de Roma, hombres y mujeres, llenaban los centros de espectáculos escandalosos. La corrupción no podía ser más espantosa. La gloria del teatro llegó a ser, en aquellos días decadente. El circo, donde luchaban hombres y fieras, era el centro de la vida. El resto del mundo sólo había sido hecho para dar mayor esplendor a los torneos. El soberano presidía todas las fiestas, y consideraba que ésa era su principal ocupación y su mayor gloria. En Roma sólo se hablaba de la fiesta que había terminado y de la que seguiría inmediatamente. La vida era para todos sólo una larga y fuerte carcajada.

 Pero Nerón tenía también gusto artístico, y aspiraba a transformar la ciudad. Sus planes eran tan vastos que todo lo que había le estorbaba para construir una ciudad que marcase una nueva época en la historia, y que llevase su nom­bre: Nerópolis.

            La morada imperial la encontraba muy estrecha. Deseaba verla desaparecer, pero no podía llegar a tanto y se ocupó en transformarla. Quería sobrepasar a los palacios fabulosos de las leyendas asirías. La llenó de parques inmensos, de pórticos de dimensiones increíbles, y de lagos rodeados de ciudades fantásticas. Pero todo eso no le bastaba y quería que su casa se llamara "la casa de oro".                                                                                    

Para que Roma fuera la idea de su enfermiza imagi­nación, había que desaparecer templos vistos como sagrados, y palacios históricos que jamás Roma hubiera permitido tocar. ¿Cómo quitar esos obstáculos? Nerón concibió la satánica idea de incendiar la ciudad.

Un voraz incendio, que se manifestó simultáneamente en muchas partes de la ciudad, convirtió a Roma en una inmensa hoguera, el 19 de julio del año 64. Las llamas, devoraban lo que hallaban, subían las colinas y descendían a los valles. El Palatino, el Velabro, el Foro, los Cariños, sufrieron los de­sas-trosos efectos del incendio. El fuego seguía su marcha atravesando la ciudad en todas direcciones, y durante seis días y siete noches caían miles de edificios reducidos a escombros. Los montones de ruinas detuvieron el fuego, pero al reanimarse, prosiguió tres días más. Los muertos y heridos eran muchísimos.

Nerón, que se había ausentado para alejar las sospechas que caerían sobre él, regresó a tiempo para ver el incendio. Se cuenta que desde las alturas de una torre, y vestido con traje teatral contempló el espectáculo cantando con la lira. Si es leyenda, tiene el mérito de pintar el carácter diabólico de este hombre siniestro.

Nadie se preguntaba quién era el autor del incendio. Las pruebas lo hacían responsable. Eran más que evi­dentes. Roma estaba indignada a la vez que cubierta de luto. Todo lo grande y sagrado estaba carbonizado. Las antigüedades más preciosas, las casa de los padres de la patria, los objetos sagrados, los arcos de triunfo, los trofeos de las victorias, el templo levantado por Evandres, el recinto sagrado de Júpiter, el palacio de Numa, todo se hallaba perdido o inutilizado.                                                                                                         

Nerón pensó en hacer caer sobre otros la culpa que caía sobre él. Necesitaba víctimas, y su mente diabólica pensó en los cristianos. El pueblo estaba predispuesto contra la iglesia, de modo que Nerón sólo inició la llama para que estallara la bomba de odio a los cristianos. Las clases cultas no creían que eran éstos los autores del incendio, y aunque entre el populacho muy pocos lo creyeron; hubo que conformarse con sacar provecho, y dirigir el odio contra la secta despreciada. ¿No veían los cris­tianos con indiferencia los monumentos del paganismo? ¿No decían que todo estaba corrompido y que todo sería destruido por fuego? El pueblo desencadenó su furia contra los mansos y humildes discípulos del Salvador. Nunca se conocerá el número de víctimas que perecieron en esta persecución. La más brutal crueldad se desató. Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus “ANALES” el salvajismo y crueldad que deleitaron a la población. Los cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras en el anfiteatro, para apagar la sed de sangre de cincuenta mil espectadores; y para satisfacer las locuras del emperador se alumbraron los jardines de su mansión con los cuerpos de los cristianos que eran atados a los postes revestidos de materiales combustibles, para encenderlos cuando se paseaba Nerón en su carro triunfal entre estas antorchas humanas, y la multitud delirante que presenciaba y aplaudía aquellas atrocidades.

 Pero ni Nerón, entre los años 58-64; ni la “santa” inquisición católica, con el edicto del papa Gregorio IX en el Concilio de Valencia determinando que quien leyera La Biblia cometía “pecado mortal” y debía ser entregado a los inquisidores, para ser llevado a la hoguera y limpiar el camino del evangelio; no pudieron acabar con los cristianos ni con La Biblia.  

Y la persecución que se ha desatado en este último tiempo es el cumplimiento de la Palabra de Dios. Jesús dijo: Mateo 5:10- Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11- Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12- Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. “

 

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